lunes, 10 de octubre de 2022

Recuerdos de mis años en el CUC, entre 1961 y 1966

Sigo encontrando historias escritas por Eduardo y creo vale la pena recatarlas.... por eso las publico en su blog. Esto escribio el 2015  

"Mi paso por el Colegio Universitario Central (CUC), donde cursé mis seis años de ciclo secundario, ocurrió entre los años 1961 a 1966. 

 Mis recuerdos de esa época, algunos de los cuales ya cumplieron más de cincuenta años “almacenados” en mi memoria, y otros ya van por ese mismo camino, no son muchos, pero aquellos que conservo, los guardo “vívidos y arraigados” como si los hubiera retenido no hace mucho tiempo. 

 Otros recuerdos, los más difusos, se presentan en mi memoria como si se tratara de “fotos borrosas”, o de “páginas con palabras escritas cuya tinta se ha ido diluyendo con el tiempo”. Con estos primeros comentarios quiero ponerme “a cubierto” de toda omisión o error que esos cincuenta años de “almacenaje” puedan “hacerme jugar una mala pasada” en esta oportunidad. En el balance, debo decir que guardo en mi memoria un muy grato y especial recuerdo del Colegio. Allí recibí mi formación “técnica” y también moral que, fueron luego, “herramientas fundacionales” en mi formación universitaria y en la aptitud para encarar mi vida personal y profesional que vino después.. 

Mi primera impresión cuando llegué al colegio en el año 1961, recordada hoy en el año 2013

 El Colegio Universitario Central estaba ubicado en la céntrica esquina de las calles Rivadavia y 9 de Julio de la ciudad de Mendoza. 

 Al menos así lo conocí cuando ingresé en primer año en 1961, y allí cursé mis estudios secundarios hasta mediados del año 1966. 

La segunda mitad de mi sexto y último año del ciclo secundario lo cursé en la actual sede del Colegio en la Avenida San Martín. 

 Creo que la fisonomía del quehacer diario y la apariencia arquitectónica de la esquina de las calles Rivadavia y 9 de Julio de los años 1961 a 1966, y también la del nuevo colegio en la Avenida San Martín, eran bien distintas respecto de las actuales. 

 Aquella esquina del Colegio estaba inmersa en un conjunto edilicio cuya arquitectura era una mezcla de estilos típicos de fines del Siglo XIX y de principio del Siglo XX, con construcciones de los años ’40 en adelante, las cuales ya iban modificando la apariencia de la ciudad y de sus calles a causa de la modernidad. 

 La Avenida San Martín de los años ’60 aún tenía las vías de los tranvías y frente a la nueva sede del Colegio estaban los talleres de reparaciones y mantenimiento de tranvías. Recuerdo que en el año 1966 aún podían verse estacionados y fuera de servicio, como “esperando un destino final”, los clásicos tranvías que por décadas circularon por toda la ciudad de Mendoza. 

 Recuerdo que el nuevo Colegio lucía, en ese segundo semestre de 1966, su patio amplio, sus paredes libres de todo mural o afiche, sin un buffet ni kiosco. Recuerdo que todo era nuevo y en un principio hasta los pizarrones no tenían “huellas de trazos de tiza anteriores”. 

Todo contrataba respecto del viejo Colegio. Era claro, el nuevo Colegio recién se “empezaba a vivir” en aquellos primeros días y, como en todo proyecto, el correr del tiempo iría “dictando” las necesidades para satisfacer su mejor uso. 

 Después de cincuenta años muchas cosas cambiaron, entre ellas, la ciudad y la fisonomía del mismo Colegio. 

 La esquina del viejo Colegio Si uno no conocía con exactitud dónde estaba el viejo Colegio, bastaba con acercarse hacia cualquiera de las cuatro esquinas de las calles Rivadavia y 9 de Julio para darse cuenta en cuál de ellas estaba. Uno descubría la presencia del Colegio sin dubitaciones. 

 Para quienes no fuimos meros transeúntes de la ciudad, sino también para quienes llegamos alguna vez a esa esquina de Rivadavia y 9 de Julio con un fin específico, como fue mi caso por primera vez en el año 1961, bastó sólo mirar ese escenario para inferir que allí funcionaba un colegio importante. 

El señorial edificio del Colegio “hablaba por sí”. El viejo Colegio y su vecindario La presencia del Colegio en esa esquina La fachada del Colegio “llenaba” toda la esquina y una parte de ambas veredas por las calles Rivadavia y 9 de Julio. 

Su presencia en ese conjunto arquitectónico del centro de Mendoza “hablaba por sí misma”. Un imponente portal de ingreso con sus puertas de madera maciza “anunciaba a todas voces”, a todos los transeúntes que llegaban hasta esa esquina, que allí estaba el ingreso al Colegio. 




 Ese portal de ingreso que daba a la calle Rivadavia “abría” el acceso a un amplio vestíbulo con piso embaldosado y luego, hacia el interior del Colegio. Importantes escalones de mármol blanco, ya gastados por el paso de muchos alumnos durante tantos años, sorteaban el desnivel entre la vereda y el interior del edificio. Una imponente puerta de madera traslúcida con vidrios biselados, dispuesta en cuatro secciones, dos paños fijos en los laterales y dos paños de abrir en el centro, separaban aquel vestíbulo del interior del Colegio donde se disponían el patio principal, las aulas, un segundo patio y dependencias de la Secretaría, la Dirección y la Sala de Preceptores. 




 Cuando se ingresaba a ese patio interior ya se distinguía la disposición de sus aulas en derredor del patio, y se podía apreciar las dimensiones de las paredes y de las columnas interiores que sostenían los techos de las galerías. Allí se tomaba conciencia que se había ingresado en una casa que tenía mucha historia, y podía imaginarse que se trataba de una casa donde se habrían sucedido muchas historias de vida. Al terminar el patio principal, hacia la derecha, se distinguía una enredadera que “abrazaba” una de las columnas de la galería, y más al fondo, otra galería conducía al segundo patio, más chico que el anterior. Al terminar esta galería, a sendos lados se ubicaban, a la derecha, la Sala de Profesores, la Secretaría y la Dirección del Colegio, y a la izquierda, la Sala de Preceptores y la Biblioteca. 

 Recuerdo que la Sala de Profesores era relativamente pequeña, había una mesa central y no más de media docena de sillas. Era una “especie de antesala” de la Secretaría del Colegio, el despacho que “siempre fue” para nosotros, el de la Señorita Irma Suárez. A continuación de este despacho, se encontraba la Dirección del Colegio que ocupaba por ese entonces el Profesor Pedro Rodríguez Vara. La disposición en planta de las salas, aulas y locales del Colegio en la esquina de calles Rivadavia y 9 de Julio era similar a la mostrada en el siguiente croquis (sin escala). 

 Disposición de los locales del Colegio Universitario Central en el predio de las calles Rivadavia y 9 de Julio de la ciudad de Mendoza (croquis sin escala) 

 Las actividades del Colegio 

 En el edificio del Colegio de las calles Rivadavia y 9 de Julio se cursaba el bachillerato secundario en Turno Diurno y en Turno Nocturno. 

 El bachillerato del Turno Diurno era de seis años y las clases se dictaban de lunes a sábado. Por una cuestión de espacio físico, los alumnos que concurrimos al Turno Diurno cursamos nuestros primer y segundo años en horario de mañana, y los restantes años lo hicimos en el turno tarde. El último semestre de nuestro “sexto año” fuimos trasladados al nuevo edificio de Avenida San Martín, y allí cursamos los últimos meses en el Turno Mañana, porque en el nuevo Colegio se disponía de espacio para todos los cursos del mismo Turno Diurno. 

 El Bachillerato del Turno Nocturno era de cinco años y las clases se dictaban de lunes a viernes, en un solo turno vespertino. 

 Por aquella misma razón de falta de espacio físico en el edificio de las calles Rivadavia y 9 de Julio, las clases de Química y las correspondientes clases de laboratorio se dictaban en un edificio, también del Colegio, que disponía en la calle Patricias Mendocinas, entre Montevideo y San Lorenzo. En ese edificio, también tan antiguo como el otro, se encontraban las oficinas administrativas del Colegio y otras dependencias de la Universidad Nacional de Cuyo. 

 Las clases de Gimnasia no eran mixtas, y se dictaban en dos jornadas a la semana en horario contrario al de las clases del Colegio. 

En los dos primeros años de mi secundario, las clases de gimnasia para varones fueron dictadas en las instalaciones del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de la Ciudad de Mendoza, ubicado en calle Pedro Molina, entre Patricias Mendocinas y Avenida España, en el predio que hoy ocupa la Escuela Arístides Villanueva. Las instalaciones del Cuerpo de Bomberos disponían, además de los locales propios del cuartel, de una cancha de básquet con piso de tierra y de un “aún más” viejo edificio de adobes, en el que había unas habitaciones que “oficiaban” de camarín y baño. 

Cuando “pasé al tercer año” de mi secundaria, la Universidad Nacional de Cuyo dispuso de la sede de deportes que se ubicaba en la calle Rondeau, entre Primitivo de la Reta y San Juan, y a partir de ese año tomamos nuestras clases de gimnasia para varones en ese edificio. 

 Yo no recuerdo dónde las “chicas” recibían sus clases de gimnasia, pero al final de cada año lectivo se hacían las “exhibiciones gimnásticas”. En los primeros años estas exhibiciones se realizaron en las instalaciones del Estadio Pacífico, en la calle Perú, y luego en la mencionada sede de deportes de la calle Rondeau. 

Mis recuerdos sobre las Tribus Huarpe y Pehuenche 

 Creo que todo aquello de la formación de las Tribus Huarpe y Pehuenche, y luego de la competencia entre ellas, comenzó aproximadamente entre 1963 ó 1964 si mal no recuerdo.

 Antes de que “nacieran” las tribus en el CUC, los colegios secundarios de la Universidad Nacional de Cuyo (el CUC, el Magisterio, el Liceo Agrícola y el Martín Zapata) tenían un evento anual deportivo – cultural a modo de olimpíadas secundarias. Estas jornadas de deporte y encuentros estudiantiles se realizaban anualmente hacia fines del mes de Agosto y en Setiembre, y culminaban el 21 de Setiembre para conmemorar el Día del Estudiante. 

 Yo diría que aquellas “olimpíadas”, o mejor dicho el “espíritu” de esas olimpíadas, fue lo que animó e incentivó a que el CUC creara las Tribus y la competencia entre ellas. Hasta donde yo tengo conocimiento ningún otro colegio secundario tuvo una iniciativa similar. 

 Aquellas olimpíadas estudiantiles precursoras de las Tribus eran organizadas por el área de deportes de la Universidad Nacional de Cuyo. De esta área dependían directamente los profesores de educación física que nosotros teníamos en los colegios. Muchas veces nos juntábamos en un mismo predio para tomar esas clases de gimnasia, por un problema de horarios, o quizás de logística o por falta de espacios para la práctica de deportes, alumnos del CUC y del Martín Zapata, y del Liceo Agrícola. 

Habitualmente cuando ocurrían estas superposiciones de horarios y clases de gimnasia de varones, siempre se organizaba algún evento deportivo competitivo y así la clase de gimnasia terminaba con un partido de fútbol, o de básquet, o improvisadas exhibiciones de gimnasia entre los colegios. 

 Estas clases de gimnasia con competencias eran muy parecidas en lo deportivos a aquellas de las olimpíadas, con la excepción de que no habían tribunas, y si las había, tenían un número muy reducido de hinchas. Como aquellas clases de gimnasia no eran mixtas, esos “partiditos” surgidos de las mismas clases tenían la tribuna integrada sólo por los asistentes varones en nuestro caso. 

En cambio, durante las olimpíadas estudiantiles, la cuestión era muy distinta. Allí las tribunas estaban integradas por chicas y muchachos de varios colegios, y entonces el colorido del conjunto y el griterío alentador para uno u otro equipo daban ese espíritu característico de aquellas olimpíadas estudiantiles. 

 Estas fiestas de las olimpíadas concluían con un baile que se realizaba en la sede del comedor universitario, el Hogar y Club Universitario, que funcionaba en la calle Rivadavia al lado del edificio viejo del CUC. 

 Por alguna razón que no nos explicaron, las olimpíadas secundarias de los colegios de la Universidad dejaron de realizarse de un año para el otro. La “inesperada” noticia de la suspensión de las Olimpíadas estudiantiles nos llegó de la voz de la Señorita Irma Suárez, quien era la Secretaria de la Dirección del Colegio CUC, y a la vez, la coordinadora de las olimpíadas “extramuros” (hacia fuera del colegio). La Señorita Suárez y las preceptoras representaban para nosotros, entre otros aspectos del funcionamiento del colegio, los referentes para la realización y el desarrollo de estos eventos deportivos. Así fue que nosotros, como buenos adolescentes, expresamos nuestro parecer y la Señorita Suárez y las preceptoras fueron las primeras “receptoras” de nuestras opiniones. 

 Recuerdo la desilusión que nos embargó a todos, incluidas a la Señorita Suárez y a las preceptoras, cuando nos transmitieron aquella noticia sobre la suspensión. El hecho que no tuviéramos más olimpíadas “cayó como un balde de agua fría para todos” y fue largamente comentado entre los alumnos, con la Señorita Suárez y con nuestras preceptoras. 

 Fue entonces que, a partir de tal suspensión, y mucho creo también, a partir del entusiasmo despertado anualmente por la realización de las mismas, el CUC organizó estas competencias “intramuros” dividiendo el alumnado en dos grupos, que se llamaron “tribus” y a las que le pusieron los nombres de “Huarpe” y “Pehuenche”. 

 En aquella primera oportunidad, uno era “Huarpe” o “Pehuenche” por sorteo y no por elección. Una vez que era nombrado “indio” de una tribu no se podía pasar a la otra. Sobre este asunto no cabían alternativas, tampoco excepciones. 

 Una primera cuestión que hubo que resolver fue la identificación de los “indios” de una y otra tribu. Fue así que se crearon los escudos distintivos de cada tribu, del mismo modo que oportunamente el Colegio había hecho lo propio con el escudo distintivo para las Olimpíadas.

 Escudo distintivo de los alumnos del Colegio Universitario Central Año 1963 ó 1964 

 Primer escudo distintivo de la Tribu Huarpe del Colegio Universitario Central Año 1963 ó 1964 

 Fue así como en esos años, 1963 ó 1964, se inició este evento de las Tribus Huarpes y Pehuenches. 

 En un principio se compitió en aquellas disciplinas en que el Colegio participaba en las Olimpíadas (atletismo, fútbol, rugby, tenis, softball, basketball, pelota al cesto (mujeres), tenis de mesa, ajedrez, entre otros). 

Pero como el número de equipos que se podían formar con los alumnos del colegio no era suficientemente grande, y/o el número de participantes por deporte no permitían conformar muchos equipos, la competencia se terminaba rápidamente y muchas veces ya se sabía de antemano quien era el ganador porque dentro del Colegio nos conocíamos todos. 

Luego, ni las tribunas tenían el espíritu de fiesta de las anteriores Olimpíadas, ni estas nuevas competencias “intramuros” tenían la “competitividad” de las anteriores. 

Tampoco la fiesta de cierre de esta competencia entre Tribus tenía comparación con “aquellas fiestas de baile de los 21 de Setiembre” en el Hogar y Club Universitario de la calle Rivadavia. 

 De aquellos años de Olimpíadas y de juegos deportivos entre “Tribus” conservo dos recuerdos. Uno es el escudo del Colegio y el otro es el “primer” escudo de la Tribu Huarpe, a la cual yo pertenecía. 

 Los alumnos de 5to Año del Colegio en el año 1965 

 La siguiente es una foto que nos fuera tomada en el año 1965, cuando cursábamos 5° Año. Ciertamente muchos de los que estamos en esa foto fuimos luego los que egresamos en el año 1966. En la oportunidad que fue tomada esa foto estuvimos acompañados de la Sra Profesora Nelly, nuestra profesora de Geografía a quien le tocó en “suerte” que el fotógrafo estuviera disponible para nosotros en su hora de clase. La foto fue tomada en el patio principal del viejo Colegio de calles Rivadavia y 9 de Julio, desde en interior del patio principal hacia la calle, en el mismo sentido que uno tomaba para salir del Colegio. En el fondo de la foto se distinguen varios elementos que caracterizaron la arquitectura del Colegio: La hermosa puerta de madera y vidrio de cuatro paños en la entrada principal a la cual me referí anteriormente, que comunicaba el interior del Colegio con el vestíbulo y la calle Rivadavia. A ambos lados de la puerta principal, las puertas de ingresos a las dos aulas grandes, cuyos ventanales enrejados daban a la calle. Las dos columnas que soportaban una de las dos galerías que tenía el patio principal. El solado del patio de baldosas negras y blancas, dispuestas como un tablero de ajedrez, muy usado en la época que el edificio del Colegio se construyó. 

 Los alumnos de 5° Año del Colegio Universitario Central, en el año 1965 

La siguiente es la misma foto anterior en la que he incluido un número para “tratar” de identificar con su nombre a cada alumno. Empleo el verbo “tratar” porque después de cuarenta y ocho años “de distancia” entre el instante de esa fotografía y hoy, hay muchos compañeros a quienes no asocio por su nombre. 


  1.  nn 
  2. Norma Susana Marchessi 
  3. nn 
  4. Nélida Elba Lochet 
  5. Juliana esther Tocino 
  6. Eduardo Guillermo Martinez 
  7. Carlos Eduardo Lucer 
  8. Ernersto Pascual Rubio 
  9. nn 
  10. Sandra Bruna Sernagiotto 
  11. Edgardo Alberto Aldunate 
  12. Graciela Beatriz Bekerman 
  13. nn 
  14. Beatriz Felisa Marini 
  15. Elio Néstor Arreghini 
  16. Enrique Julio Bru 
  17. Norma Gladis Sette 
  18. María Cristina Figueroa 
  19. Rolando Hugo Martinez 
  20. nn 
  21. Aurora Silvia Mens 
  22. nn 
  23. Teresita Lona 
  24. nn 
  25. Norma Elena pacheco 
  26. nn 
  27. Silvia Raquel Bustos 
  28. nn 
  29. Sra Nelly, Profesora de Historia o de Geografía 
  30. nn 
  31. Adela Elvira Catón 
  32. nn 
  33. nn 
  34. nn 
  35. Osvaldo Gabriel Barrera 
  36. Carlos Alberto Domínguez 
  37. nn 
  38. Oscar Raimundo Luna 
  39. Víctor Bay 
  40. nn 
  41. Roberto Esteban N. Ubertone 
  42. Carlos Ernesto Borzani 
  43. Julio Ramón Ippoliti 
  44. Antonio Miguel Ferrando 
El Programa de Actos de la Promoción 1966 


Programa de Actos de la Promoción 1966 Carátula y Nómina de Egresados 

 Programa de Actos de la Promoción 1966 Programa de festejos y Nómina de Premiados 

 Las ventajas comparativas, también competitivas, que el Colegio me dio 

 A los pocos meses de egresar del CUC en 1966 me trasladé a la provincia de San Juan donde inicié mi carrera universitaria de Ingeniería Electromecánica y me recibí en el año 1973. 

 Empecé a cursar las materias del primer año, y allí me encontré con compañeros que provenían de diferentes colegios: industriales, bachilleres universitarios como yo, bachiller con orientación contable y bachiller solamente. 

 Aquí empezaron las primeras comparaciones en la educación secundaria que habíamos recibido cada uno. Sin lugar a dudas en el primer y segundo años de la carrera de ingeniería, los alumnos procedentes de escuelas industriales tenían una ventaja comparativa con el resto de los alumnos que era notable. Ellos tenían un conocimiento tal sobre las materias universitarias de estos dos primeros años que les permitía cursarlas sin mayores sobresaltos, yo diría que lo hacían “casi en piloto automático”. 

Cuando sobrevinieron los restantes años de la carrera y las materias fueron ya de la especialización de la ingeniería elegida, estos alumnos provenientes de colegios industriales dejaron de tener aquella ventaja comparativa inicial y tuvieron que ponerse a estudiar como cualquiera. Pero ya habían pasado dos años de iniciada la carrera y el “ritmo de estudio” requerido no lo habían adquirido, y fue así como muchos de ellos abandonaron la carrera o se retrasaron varios años en recibirse. 

 Los alumnos procedentes de bachilleratos con orientación contable y bachiller común tuvieron problemas desde un principio porque aquellas materias de los dos primeros años eran novedosas para ellos en todos los aspectos. Estos alumnos debieron adaptarse rápidamente al nuevo escenario, y fue así que entre ellos aparecieron las primeras deserciones de la carrera. 

 Los alumnos que procedíamos de un bachillerato universitario, tal como el que yo había recibido en el CUC, nos encontramos en una situación intermedia. Nosotros habíamos recibido en quinto y sexto años del secundario el aporte de materias específicas de las ingenierías (Matemática y Geometría, Análisis Matemático, Geometría Analítica, Química y Física). Este cúmulo de conocimientos adicionales a cualquier bachillerato no técnico nos dio la ventaja comparativa “necesaria y suficiente” como para que el impacto entre los ambientes de estudios secundario y universitario no fuera agresivo, pero a la vez nos obligó a “tomar el ritmo de estudio universitario” desde un principio de la carrera, ritmo que luego mantendría en mi caso, hasta el final de mis estudios. 

 Fue al final de mi carrera universitaria cuando pude visualizar, haciendo una mirar retrospectiva, esa ventaja comparativa inicial que me había dado la educación del Colegio Universitario Central de Mendoza. También comprendí que esa misma ventaja, la que he definido como “suficiente y necesaria”, fue a la vez una ventaja competitiva pues me obligó a mantener durante los años de cursado de la carrera universitaria un sostenido “ritmo de estudio” sin claudicaciones. 

 También debo decir que las otras materias que estudié en el CUC, la de orientación humanística, también me dieron ventajas durante mi desarrollo profesional de la ingeniería. En ese sentido puedo decir que el ejercicio de la profesión antepone a uno todo tipo de problemas. 

Si yo tuviera que resumir en categorías los problemas que he debido enfrentar en mis cuarenta años de profesión, diría que hay dos clases de problemas: los problemas técnicos y los problemas humanos.
 
 Los problemas técnicos siempre tienen una solución, habrá que invertir más o menos recursos de la naturaleza que fuera necesaria, pero siempre hay la solución, más tarde o más temprano. 

 Los problemas humanos no siempre tienen solución, y aquí radica la dificultad mayor. En todos los casos uno debe “apelar” a todo el potencial personal que dispone para encontrar una respuesta apropiada. 

Es mi opinión que es en estas circunstancias cuando los valores humanos y los conocimientos humanísticos, adquiridos en el hogar, en el Colegio y en la vida, “juegan su papel” más trascendente."

miércoles, 10 de junio de 2020

Eduardo, un primo muy lejano

Eduardo ya no está, pero sigo encontrando muchas buenas historias de su familia y creo vale la pena rescatarlas y publicarlas para ir completando, en la medida de lo posible, lo que comenzó con su blog hace algunos años. Soy Mónica y hoy publico un artículo que forma parte de un libro escrito por la familia García Prieto en España. A través de internet se habían comunicado y alegrado de encontrar parientes lejanos con historia parecidas

Esto escribe Eduardo en mayo de 2016 a su hijo Gonzalo 

"Este libro al que hace referencia es de la Família García Prieto,  en cuya segunda edición quiere incluir en dos páginas, y por ello me pregunta,  esa reseña de lo que yo le envié,  de mi información, sobre los Prieto -Calvo que son familiares en común por allá por 1720.

Oportunamente él me escribió porque había leído en mi blog sobre mi familia de Piedralba y me envió cuatro árboles genealógicos de su familia,  y en uno de ellos,  aparecían los ancestros en común de 1720.  Él tenía a los padres Prieto y Calvo y una hija,  su ancestro. Yo tenía a los padres y a las tres hijas,  una de ellas si ancestro como mencioné,  otra hija nuestro ancestro. A partir de allí me nombró "su primo lejano del otro lado de oceáno".

Fíjate que en la foto que propone,  a su familia la pone en sepia y a mí en colores."

https://familiagarciapriet.wixsite.com/familiagarciaprieto







domingo, 29 de marzo de 2020

El Abuelo Bernardo Martínez Martínez Parte IV


NUESTRA FAMILIA, NUESTROS ORÍGENES

“… Raro es el hombre que en algún momento de la vida no se interesa por sus orígenes: quiénes eran sus bisabuelos, a qué se dedicaban, de dónde eran...”.

(Don Fernando González del Campo Román, en su libro:
Apellidos y Migraciones internas en la España cristiana de la Reconquista”)

De dónde nosotros venimos…

Nuestros orígenes, tanto el de los Martinez Rosell (nuestro apellido paterno) como el de los Wurster Baun (nuestro apellido materno), se encuentran en Europa. Es allí donde hemos hallado datos de ancestros nuestros que se remontan al año 1720 y es allí donde deberemos seguir “buceando en el tiempo”, para hallar raíces aún más “viejas”.

Los ancestros de la familia Martinez Rosell los debemos buscar en dos familias muy numerosas, tal como ellas eran en los Siglos XVIII y XIX. El apellido “Martinez” deviene de la Familia Martinez Martinez, originaria del pueblito de Piedralba y de los demás pueblitos vecinos ubicados en la Comarca Maragata, en las llanuras leonesas, en la provincia de León, en España. El apellido “Rosell” llega a nosotros por la familia Rosell i Boher, originario del pueblito de Sant Salvador de Toló, en la provincia de Lérida, Cataluña, España, enclavado en los hermosos valles de los Pirineos Catalanes.

Bernardo Martinez Martinez



Nuestros orígenes en Piedralba y en los pueblos de la Comarca Maragata


El pueblito de Piedralba, en León, España, inserto en la llanura leonesa
(Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)


La Iglesia Parroquial San Cristóbal de Piedralba, en la Comarca Maragata, León, España, en el mes de Mayo de 2011. (Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)

   
 Nuestro Abuelo Bernardo Martinez Martinez, el padre de nuestro Padre Don Bernardo Daniel Martinez Rosell, era natural del pueblo de Piedralba. Allí había nacido el 01 de Marzo de 1867 y dos días después, sus padres llevándolo en brazos ingresaron por el portal de la Iglesia Parroquial de Piedralba donde fue bautizado.

Sus ancestros, también los nuestros, eran naturales de Piedralba en tanto otros, los más “viejitos”, habían nacido en los otros pueblos aledaños de la Comarca Maragata, al menos, hasta el año 1720.

Piedralba es uno de los pueblos de la Comarca Maragata esparcidos en la campiña “lionesa” en el entorno de la antigua e histórica Ciudad de Astorga, la llamada “Estorga” por los leoneses, también, la “Asturica Augusta” como la identificaron hacia fines del Siglo I aC en el Imperio Romano expandido por la Península Ibérica.

La región maragata tiene una muy “rica” historia “nutrida y forjada” durante muchos siglos por el trabajo de sus hombres dedicados a la agricultura, y por las improntas que fueron dejando, cada uno a su tiempo y a su modo, los peregrinos del Camino de Santiago de Compostela, los malvivientes, arrieros y comerciantes que recorrieron ese Camino y la Vía de la Plata, y también, los ejércitos invasores y sus consecuentes ocupaciones en la Comarca Maragata.

Hubo quienes, deambulando por el Camino de Santiago y por Vía de la Plata, fueron dejando en estas tierras sus costumbres, su arte y también su gastronomía. Con el correr de los siglos este legado proveniente de diversas vertientes culturales y costumbristas de toda Europa fueron quedando a lo largo del camino, sea por el peregrinaje hacia Santiago de Compostela, sea por el comercio entre la costa gallega y Sevilla y su salida hacia el Mediterráneo. Sin lugar a dudas, las costumbres maragatas, su gastronomía y su modo de vivir fueron el resultado de toda esa influencia recibida durante siglos.

El paso de ejércitos invasores y las consecuentes ocupaciones que éstos hicieron en la Comarca Maragata, desde la llegada de los romanos en el Siglo I aC hasta el sitio por los ejércitos napoleónicos a principios del Siglo XIX, forjaron y pusieron a prueba el temple de los caracteres de hombres y mujeres de esta región. Las continuas guerras sucedidas en Europa y en otras partes del mundo, en las cuales España aportó sus hijos para batallas “propias y ajenas”, hijos que nunca regresaron, dieron mayor templaza y resignación a aquellos hombres y mujeres.

¿Por qué migraron los Bisabuelos y el Abuelo?

A las consecuencias de todas esas guerras y ocupaciones de ejércitos invasores se sumaron en repetidas oportunidades de la historia las sequías y las pestes en cultivos, como la plaga de filoxera en gran parte de España de mediados del Siglo XIX, que dejaron cosechas pobres que favorecieron el advenimiento de hambrunas y enfermedades que diezmaron familias en pocas semanas.

Infiero que todos estos hechos adversos en la vida de esos hombres fueron el incentivo para pensar en la búsqueda de nuevas oportunidades y para impulsar la migración hacia otros países. 

Estoy convencido, y quizás es ésta mi conclusión respecto de este tema, que todas aquellas cuestiones políticas, sociales y económicas ocurridas durante los Siglos XVIII y XIX, impactaron y afectaron de sobremanera el quehacer diario de las familias. Esas experiencias de vidas de nuestros ancestros fueron transmitidas de boca en boca, de padres a hijos en el seno de nuestra familia, como si se tratara de ADN. Así fue cómo se fueron “forjando” sus caracteres y “marcando” las costumbres ancestrales a punto tal que, creo, incentivaron sin otra opción las decisiones que estos hombres y sus hijos tomarían en el futuro, entre ellas, aquella decisión de emigrar de su tierra natal tras la búsqueda de nuevas oportunidades. 

No alcanzo a imaginar, por cierto tampoco a “sentir”, cuál pudo haber sido aquel pensamiento, y después, cuáles pudieron haber sido aquellas palabras  que nuestros Bisabuelos expresaron y cuáles razones esgrimieron a sus padres al momento de decidir emigrar. Tampoco alcanzo a imaginar qué pensamientos y cuáles sensaciones pudieron haber “sobrevenido” en nuestros Tatarabuelos al recibir semejantes noticias. Creo sí, que ambos sabían que posiblemente no se volverían a ver en la vida, tal como sucedió.

Nuestros Bisabuelos y el Abuelo vinieron a Argentina y nunca volvieron a España.  En Mendoza, Argentina, hicieron su patrimonio, formaron sus respectivas familias, criaron a sus hijos y nos dejaron su legado. Ellos aquí murieron y fueron sepultados en el Cementerio de la Capital de Mendoza. Los Tatarabuelos y parte de las familias de descendientes se quedaron en España, allá en Piedralba y los otros pueblitos de la Maragatería, murieron en España y muchos de ellos fueron sepultados en el Cementerio Parroquial de Piedralba.

La llegada del Abuelo Bernardo Martinez Martinez a la Argentina

Nuestros Bisabuelos Don Fernando Luis Martinez Perez y Doña Dominga Martinez Martinez, acompañados de sus tres hijos, entre ellos, nuestro Abuelo Bernardo Martinez Martinez, dejaron su Piedralba natal, en la provincia de León en España, entre los años 1885 y 1890. La Familia Martinez Martinez y con sus tres hijos españoles se embarcaron en el Puerto de Vigo, en Galicia, España y cruzaron el Océano Atlántico hasta llegar al puerto de Montevideo, en Uruguay. Luego ingresaron por vía fluvial a la Argentina por el puerto de Rosario de Santa Fe. Como muchos otros inmigrantes, nuestros Bisabuelos y su familia se radicaron en el interior de Argentina y ellos eligieron, no sé si por su propia decisión o por casualidad, radicarse en Mendoza hacia el año 1885 a 1890.

A juzgar por la época, el recorrido entre Rosario y Mendoza lo deben haber posiblemente hecho en tren en algún tramo inicial construido, puesto que el ferrocarril llegó finalmente a Mendoza en el año 1885 procedente de Buenos Aires.

La calle San Nicolás (hoy la Avenida San Martín – La Alameda) de la ciudad de Mendoza, entre 1880 y 1890. Con esta fisonomía los Bisabuelos y el Abuelo Bernardo la deben haber conocido. (Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)


 Esta calle San Nicolás ya vislumbraba convertirse hacia fines del Siglo XIX en la “columna vertebral” Norte Sur de la nueva ciudad, reconstruida después del terremoto de 1861, vinculándola con la provincia de San Juan hacia el Norte y con los Departamentos Belgrano (hoy Godoy Cruz), Luján de Cuyo, Maipú, San Rafael y General Alvear en el  Sur de la provincia de Mendoza.

En esos años de fines del Siglo XIX, la economía de Mendoza se basaba en la producción de trigo y harinas, de frutas secas y conservadas, de vino, y la crianza de ganado vacuno para la exportación de carne seca y cueros. Estos productos eran mayoritariamente exportados hacia Chile y muy poco a Buenos Aires, puesto que las rutas por las pampas argentinas estaban “plagadas” de delincuentes y ladrones que asaltaban las caravanas de carros y carretas cargadas de productos de Mendoza. Con la llegada del ferrocarril en 1895 se abrió el mercado de los productos de Mendoza hacia Buenos Aires y “el Litoral”, como ellos llamaban a la zona de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos. Al mismo tiempo el ferrocarril permitió el ingreso de trigo de la pampa húmeda, cuestión que compitió por precios desfavorablemente para el trigo de Mendoza, a pesar de que éste último era de mejor calidad que el producido en Buenos Aires y Santa Fe.

En cuanto llegaron a Mendoza, el Bisabuelo y el Abuelo comenzaron a trabajar en todo aquello que ellos habían aprendido a hacer mientras vivían en Piedralba. Así fue que adquirieron fincas en los departamentos en San Martín y en Junín, en aquella época áreas marginales, donde cultivaron el trigo y alfalfa.  Con aquel trigo produjeron harinas en su propio molinero harinero situado en La Carrodilla, Luján de Cuyo, ubicado sobre la margen derecha del actual  Canal San Martín. Luego los productos obtenidos de sus fincas, las harinas y los pastos para forraje, fueron comercializados antes del año 1890 en sus propios establecimientos ubicados, uno en la esquina de las calles Cuyo (hoy Garibaldi) y Montecaseros (hoy La Rioja), y el otro, en la intersección de las calles Ayacucho y Montecaseros (hoy La Rioja), ambos de la ciudad de Mendoza.

Artículo del Diario Los Andes del 09 de Enero de 1896 (Gentileza del Diario Los Andes de Mendoza, Argentina) (Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)
                               
La Familia se afincó en una casa que compraron ubicada en la Avenida San Martín 2189 de la ciudad de Mendoza, que en esa época, también llamada Calle de San Nicolás, era la antigua ruta a la provincia de San Juan. En esta casa vivieron el Bisabuelo y la Bisalbuela con sus tres hijos desde antes de 1895. En el año 1905 el Abuelo Bernardo se casó con la Abuela Encarnación Rosell Boher y se instalaron en la casa de la bodega de Chacras de Coria que habían adquirido en 1898. El Bisabuelo, la Bisalbuela y una de las hijas, María Martinez Martinez, vivieron en esa casa de San Martín 2189 de la ciudad, hasta la muerte del Bisabuelo ocurrida el 15 de Mayo de 1907, y la de la Bisabuela sucedida el 21 de Enero de 1912.


Típica casa de fines del Siglo XIX situada en la Avenida San Martín al 2300 de la ciudad de Mendoza. En una casa de arquitectura similar, ubicada en San Martín 2189, vivieron los Bisabuelos y el Abuelo Bernardo a su llegada antes de 1890
(Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)


A partir de 1890 Mendoza inició un plan de reconversión de su economía para adaptarse a los nuevos desafíos que representaba la llegada del ferrocarril, cuestión que ocurrió en 1885. El ferrocarril representaba la amenaza de la llegada masiva de productos a menor precio, y la vez, era la oportunidad de incrementar la venta de los productos de Mendoza en los nuevos mercados de Buenos Aires y el “Litoral”, y también los de ultramar a partir del embarque por los puertos de Buenos Aires y Rosario, debido a la facilidad y rapidez del transporte.

Pero esta oportunidad que se presentaba para los productores de Mendoza traería otros desafíos desconocidos que obligaron a los hombres de aquella época a agudizar su ingenio y a crear muchas de las instituciones públicas y privadas que hoy en día forman parte del quehacer económico de la provincia de Mendoza y de la Argentina.

Al igual que muchos otros empresarios prominentes inmigrantes y nativos de Mendoza, de fines del Siglo XIX, el Bisabuelo y al Abuelo adhirieron a aquellas facilidades impositivas y financieras que dispuso el Gobierno de Mendoza para enfrentar el plan de reconversión agrícola, y comenzaron a formar y a “forjar” un patrimonio que, estoy seguro, nunca imaginaron que podrían llegar a reunir, ni siquiera, en las largas noches de desvelo en Piedralba en las cuales planificaban su partida hacia “La América”.

Cuando llegó el año 1898, el Bisabuelo y el Abuelo pudieron adquirir una vieja bodega de adobes con una parcela de tierra de 17 hectáreas sobre la calle Pueyrredón 1210 de Chacras de Coria, Luján de Cuyo, en Mendoza. Los anteriores propietarios de esta vieja bodega y finca fue la Familia Sosa, quienes la tuvieron durante muchos años.

 Sobre el predio de la vieja bodega de una hectárea de superficie, el Bisabuelo y el Abuelo construyeron durante los siguientes años entre 1899 y 1910 nuevas instalaciones para el procesamiento de uvas y la elaboración de vinos acordes con las nuevas tecnologías de la época, incrementando la capacidad de elaboración y estacionamiento de vinos de la nueva bodega a 750.000 litros por año, gracias a la instalación de cubas de 7.000 litros y toneles 20.000 litros de roble de Nancy, Francia, fabricados por la firma Mestre Guerre y Cia de Francia.

El incremento de la capacidad de elaboración de vinos de la nueva bodega, obligó al Abuelo Bernardo a adquirir nuevas fincas de viñas para asegurar la cantidad y la calidad de las uvas para vinificar anualmente. El predio de las 17 hectáreas iniciales junto a la bodega fue incrementado a 34 hectáreas mediante la compra de otras propiedades vecinas. En las primeras 17 hectáreas y luego en su ampliación a 34 hectáreas, se implantaron a partir de 1898 barbechos de la variedad malbeck obtenidos de plantas cultivadas en Mendoza y que habían sido traídas de Francia hacia 1860. También el Abuelo adquirió en los siguientes años fincas con uvas malbeck que se ubicaban en otras zonas distantes de la bodega para evitar así la concentración de viñas en una misma área productiva y con ello los riesgos de pérdida de cosecha por efectos del granizo. De este modo, adquirió fincas implantadas con uvas malbeck en La Carrodilla y Perdriel en Luján de Cuyo, y en Coquimbito en Maipú, propiedades que se sumaron a las fincas que ya disponía en San Martín y de Junín.


Vista aérea del establecimiento vitivinícola “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía”, sobre la calle Pueyrredón 1210 de Chacras de Coria Luján de Cuyo, Mendoza, en el año 1950
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)





Vista interna del establecimiento “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía”, en el año 1930
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)





El Abuelo Bernardo Martinez Martinez, su hija Rita Martinez Rosell (a la izquierda) y entre ellos, una amiga, en la finca de Chacras de Coria en plena temporada de cosecha en el año 1920.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


El establecimiento vitivinícola del Abuelo Bernardo, que pasó a llamarse “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía” después del fallecimiento del Bisabuelo en 1907, participó en muchas exposiciones de vinos donde obtuvo premios y medallas de oro por la calidad de sus vinos. En la Exposición Industrial del Centenario realizada en el predio de la Sociedad Rural de Palermo, en Buenos Aires en el año 1910, el Abuelo Bernardo expuso sus vinos que habían sido premiados en la Exposición de San Francisco, California, Estados Unidos, en el año 1905. En esa oportunidad, obtuvo dos Medallas de Oro. Posteriormente llevó sus vinos a la Exposición de Roma del año 1912 (Italia) donde obtuvo una Medalla de Oro, a la Exposición de San Francisco del año 1915 (California, Estados Unidos) donde fue premiado con otra Medalla de Oro de, y finalmente en la Exposición Industrial del año 1924 (Argentina) obtuvo una nueva Medalla de Oro.


Una vieja etiqueta de botella de vino marca “Cabernet”, de la “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía”, premiado con Medalla de Oro en la Exposición Industrial del Centenario de Buenos Aires en 1910, y Exposición de San Francisco, California, EEUU, de 1905
    

En esta etiqueta puede verse sobre el extremo izquierdo el logotipo de la bodega, marca que luego se vendió en los años 1960. El Banco de Mendoza compró esa marca, modificando el logotipo, eliminando la letra “C” y adoptando sólo las letras “BM”


Presentación institucional de la “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía”, y de sus vinos “La Platense”, “Elefante” y “Tandil” y Medalla de Oro en la Exposición Industrial del Centenario de Buenos Aires en 1910, y Exposición de San Francisco, California, EEUU, de 1915
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
    



Medallas de Oro con las que se premiaron los vinos de la  “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía”, en los años 1910 a 1924
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
  
Entre los años 1925 y 1930 el Abuelo emprendió la diversificación su actividad empresaria, incursionando en la producción e industrialización de la remolacha azucarera para la producción de azúcar, proyecto que fuera impulsado por el Gobierno de la vecina provincia de San Juan, con el fin de diversificar la economía sanjuanina. Así fue como el Gobernador de San Juan interesó a un grupo de empresarios para que instalaran una fábrica de azúcar de remolacha en la provincia que posteriormente se llamó La Azucarera de Cuyo.

A juzgar por la historia que sobrevino, el Abuelo Bernardo fue uno de los empresarios mendocinos que se sumaron a esta iniciativa innovadora que proponía la diversificación de los cultivos del sur sanjuanino y de algunos departamentos cercanos de la provincia de Mendoza que hasta ese momento se dedicaban al cultivo de la vid y a las bodegas, y al cultivo de trigo y la industrialización en molinos harineros. Para este proyecto el Abuelo alquiló una finca en Jocolí, en el departamento de Lavalle en Mendoza, en la zona más próxima al ingenio La Azucarera de Cuyo el cual se había construido en la localidad de Media Agua en la provincia de San Juan.

Técnicamente el plan para el desarrollo de esta industria azucarera a partir de la remolacha era correcto, pero no tardaron en aparecer las presiones políticas ejercidas por el monopolio de azúcar de caña desde el norte del país. Se inició entonces a nivel nacional una nefasta campaña que sistemáticamente actuaba en favor de la caña de azúcar en Tucumán, y en contra de estos incipientes cultivos de la remolacha azucarera y su industrialización. Durante la gran crisis mundial de los años 1930, los efectos de esa campaña se hicieron sentir aún más y estuvieron acompañados y a la vez “ayudados” por malas decisiones que tomó el directorio de la empresa, también, por presiones de los accionistas y acreedores y por bajos rendimientos de las últimas zafras. Todas estas cuestiones juntas determinaron que el ingenio La Azucarera de Cuyo cerrara definitivamente y quebrara financieramente en 1934. Al año siguiente el establecimiento fue desmantelado vendiéndose el equipamiento a los ingenios de Tucumán y el norte del país, y el edificio fue definitivamente dinamitado.

Ante esta situación, el emprendimiento de la remolacha azucarera del Abuelo Bernardo corrió la misma suerte del ingenio La Azucarera de Cuyo.

Las presiones políticas contra la remolacha azucarera y la campaña en contra del ingenio La Azucarera del Norte fue una más de las vicisitudes que debieron enfrentar los empresarios de la vitivinicultura de Mendoza y de San Juan frente a las presiones políticas de la Nación y a intereses sectoriales. La adulteración y falsificación de vinos efectuada por los fraccionadores de vinos de las grandes ciudades, los “antojadizos” precios de uva y vinos impuestos por los grandes bodegueros a todos los productores, la ausencia de leyes que regularan la industria vitivinícola, la falta de créditos para el financiamiento de cosechas y de la elaboración del vino, la discrecionalidad con que se manejaban las compañías de seguros con sede en Buenos Aires frente a los siniestros sufridos por productores en el interior del país, entre otros factores de la vida económica, hicieron que los empresarios de Mendoza primero, y luego los productores de San Juan, conformaran asociaciones sectoriales para la defensa de los intereses propios.

De este modo, la vida empresaria del Abuelo Bernardo, como así también de otros empresarios contemporáneos, fue vio complementada casi en forma obligada por otras actividades de carácter institucional.

Así el Abuelo Bernardo formó parte del Directorio del Banco Nación de la República Argentina, sucursal Mendoza y conformó la Asociación Vitivinícola de Mendoza, entidad que tuvo como primeros objetivos, evitar la falsificación de vinos y la adulteración de los mismos. Con el correr de los años y debido a la importancia que esta institución adquirió, debido a los aspectos económicos que interesaba como también por los efectos políticos de sus decisiones, pronto se transformó en la Asociación Vitivinícola Argentina, luego en la Junta Nacional Reguladora del Vino. A mediados del Siglo XX, esta institución se transformó en el actual Instituto Nacional de Vitivinicultura.

Las compañías de seguros de Buenos Aires cubrían los seguros por accidentes de trabajo y por daños a la propiedad de los empresarios y sus dependientes de Mendoza. Parece que estas compañías eran bastante reticentes a la hora de cubrir un siniestro o de compensar económicamente a los damnificados. Lo concreto era que ante la comprobación de un daño, los resarcimientos no llegaban a Mendoza, ni en tiempo ni en forma, y los empresarios debían hacerse cargo de los efectos del citado daño. Me imagino también que los costos de tales pólizas de seguros de las compañías de seguros de Buenos Aires debían ser elevados. Así fue como un grupo de empresarios, entre los que se encontraba el Abuelo Bernardo, decidieron fundar y administrar a partir del año 1923 la primera compañía de seguros de Mendoza, a la que denominaron “La Mercantil Andina”. Actualmente, después de casi 90 años de su fundación, esta compañía continúa prestando los mismos servicios.

Aviso del Diario Los Andes de Mendoza del Jueves 06 de Setiembre de 1923

Este aviso del Diario Los Andes del Jueves 06 de Setiembre de 1923 señala algunos aspectos interesantes de resaltar por sus connotaciones históricas.

La primera, que el Directorio estaba integrado por:

Presidente: Don Octavio Gabrielli, de “Bodega y Viñedos Gabrielli y Baldini”.
Vicepresidente: Don Bernardo Martinez, de “Bodega y Viñedos Bernardo Martinez y Cía”.
Secretario: Don Francisco Reina, de “A. Reina e Hijos”.
Tesorero: Pablo Cantón.
Vocales:
Daniel Bustelo.
Osvaldo Copello, de “Copello, Siboldi y Cía”, de San Juan.
Miguel Escorihuela Julián, de “Escorihuela y Cía”, de Mendoza
Roberto Furlotti, de “Establecimientos Vitivinícola Furlotti”, de Mendoza.
Juan Graffigna,  de “Santiago Grafigna Ltda.”, de San Juan.
Pascual Herraiz.
Salvador López Peláez, de San Juan.
La Mercantil Rosarina, Sociedad Anónima.
Vocales Suplentes:
Ing. Juan Carlos Alurralde.
Luis Cremaschi, de “Cremaschi Hnos y Cía”, de Mendoza.
Juan Minetto, de “Minetto Hno”.
Síndico:
Dr. Francisco A. Calise.
Síndico Suplente:
Pablo Pagés Suñol, de “Pagés, Aimerich y Cía”.
Gerente:
Eduardo Arancet

La segunda, que la Compañía de Seguros La Mercantil Andina fue “… constituida el 29 de Agosto de 1923…”, es decir, una semana antes de que se publicara el aviso. A juzgar por las fechas, se podría inferir que dicha publicación sería la primera, y a la vez, la presentación de la compañía en el ámbito comercial.

La tercera, que la Mercantil Andina comenzó a operar en el domicilio de la Avenida San Martín 1503 y según indica el artículo, se trató de “… la primera Compañía de Seguros con sede en Mendoza…” y, como dato relevante de “marketing”, se señalaba que “… Acepta Seguros Antiincendio”.

El hecho de que fuera la primera compañía de seguros de Mendoza no es un dato histórico menor.

El hecho que La Mercantil Andina aceptara “… Seguros Antiincendios…” tampoco es otro datos menor, puesto que los incendios, junto con los accidentes laborales del personal de bodegas y fincas, eran los riesgos más frecuentes y de mayor impacto económico y social que debían enfrentar los damnificados, los empleados y los empleadores.

El aviso señala que la Compañía de Seguros La Mercantil Andina “… Acepta Seguros Antiincendio…”.

A pesar de que algunas instituciones se habían sido creadas para proteger los intereses de los empresarios de Mendoza, y para que los créditos y demás servicios llegaran a los productores al menor costo posible, con el correr de los años el objetivo de esas instituciones fue dejando de satisfacer los intereses locales. Así fue como los empresarios de Mendoza debieron formar nuevas asociaciones similares a aquellas ya creadas pero esta vez con objetivos y efectos locales más efectivos y directo para los productores, o bien, instituciones que los representaran conforme había evolucionado la economía de Mendoza.

Así el Abuelo Bernardo fundó y formó parte, junto con otros empresarios de la época, del grupo de primeros accionistas de la Bolsa de Comercio de Mendoza, del Banco de Mendoza, del Centro de Bodegueros de Mendoza y de la Unión de Industria, Comercio y Producción de Mendoza, que luego se llamaría la Unión Industrial y Comercial de Mendoza.

En estas instituciones el Abuelo Bernardo Martinez Martinez compartió lo que yo llamo “las mieles y las hieles”, es decir, los mismos incentivos y satisfacciones, similares desvelos y disgustos con otros hombres del quehacer vitivinícola mendocino, entre ellos, Octavio Gabrielli de “Bodegas Gabrielli y Baldini”, José Toso de “Bodegas Pascual Toso”, Balbino, Leoncio y Sotero Arizu de “Sociedad Anónima Bodegas Arizu”, Domingo Tomba de “Bodegas Domingo Tomba”, Humberto y Luis Cremaschi de “Bodegas Luis Cremaschi, Pedro Olive de “Establecimiento Vitivinícola Escorihuela”, Bautista Gargantini (hijo) de “Bodegas y Viñedos Gargantini”.

Sin lugar a dudas Don Bernardo Martinez Martinez fue un empresario innovador para la época en la que le tocó vivir, también fue un pionero y un incansable emprendedor como muchos otros hombres de Mendoza.

El legado de Don Bernardo Martinez Martinez

El Abuelo Bernardo nos ha dejado una herencia que merece imitar, desde su tezón para emprender grandes desafíos hasta el temple para soportar adversidades. Nos dejó, a través del carácter transmitido a sus hijos, nuestros padres, la educación, la bonhomía y el respeto por el prójimo. Junto a todas estas virtudes, la Fe practicada por nuestra Abuela Encarnación ha llegado a nosotros en forma intacta.

El Abuelo Bernardo no se conformó con aquel molinero harinero y sus “harinerías” y corralones para venta del pasto, ni con aquella bodega y finca de 17 hectáreas que había comprado con su padre en 1898. Con el correr de los años hasta su muerte, el Abuelo incrementó incansablemente el patrimonio de su empresa, logró darle una dimensión tal que difícilmente hoy podría hacerse y mantenerse, y sus resultados fueron premiados en nuestro país y en el exterior.

Cierto es que las circunstancias y la época en que le tocó vivir, esto es, el marco de referencia histórico de principios del Siglo XX no es el mismo que el actual. Pero el Abuelo junto con otros hombres no desaprovecharon la oportunidad que la vida les “puso adelante”, y  fue así que ellos debieron fundar y administrar las instituciones que necesitaron formar para que sus iniciativas y sus empresas pudieran prosperar, instituciones que hoy en día aún siguen funcionando y cumpliendo los roles para las cuales aquellos hombres las concibieron, instituciones que nosotros estamos empleado para los mismos fines y muchas veces pocas gente se pregunta cómo se fundaron.

Don Bernardo Martinez Martinez formó su familia con Doña Encarnación Rosell i Boher en el año 1905 y tuvieron cinco hijos, tres varones y dos mujeres, quienes a su tiempo, también se casaron y les dieron a los Abuelos 14 nietos. La Abuela Encarnación no tuvo oportunidad de conocer nietos, en tanto el Abuelo Bernardo  sólo conoció a muy pocos. Los Abuelos “partieron” muy temprano, antes de que naciéramos los demás nietos.

El Abuelo Bernardo Martinez Martinez junto a sus cinco hijos en la casa de la bodega de Chacras de Coria. Parados de izquierda a derecha: Luis, Bernardo Daniel y Fernando Martinez Rosell. Sentados, de izquierda a derecha, Dominga Emilia Martinez Rosell , el Abuelo Bernardo y Rita Martinez Rosell. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Los hijos de Don Bernardo cursaron estudios secundarios completos. Luis estudió enología, Bernardo Daniel hizo su carrera de medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires donde se graduó de médico, y Fernando trabajó con el Abuelo en la parte administrativa y financiera de la Bodega y Viñedos.

Como en los años 1885 a 1890 lo hicieron Don Bernardo Martinez Martinez y de Doña Encarnación Rosell i Boher, algunos de sus nietos también decidieron migrar de su país natal y eligieron radicarse en otros países distintos a la Argentina tras la búsqueda de nuevas oportunidades de vida. Otros nietos migraron dentro de la misma Argentina por idénticas razones. Los menos se quedaron en el terruño natal, en Mendoza, porque allí encontraron como los Abuelos, el lugar donde vivir. Creo que todos los descendientes de los Abuelos hemos heredado ese espíritu motivador que nos ha impulsado a “buscar y encontrar” nuestro “lugar en el mundo”, sea donde éste se encuentre.

Creo, también, que el Abuelo Bernardo nos heredó aquel carácter innovador que lo motivó para encarar todos sus proyectos de vida.

Por último, estoy convencido que el Abuelo y los demás hombres contemporáneos que lo acompañaron, dejaron para las generaciones posteriores instituciones rectoras que hoy conforman el quehacer de la vida económica e institucional de Mendoza.

El Abuelo Bernardo Martinez Martinez murió súbitamente de un ataque cardíaco el 24 de Agosto de 1942, a los 75 años de edad, mientras controlaba los trabajos de poda y limpieza que se estaban haciendo en los viñedos de su finca de Agrelo, en Luján de Cuyo. Esa mañana el Abuelo había concurrido al Banco de Mendoza para efectuar transacciones, pero nunca se supo qué movimiento de dinero efectuó ni tampoco cual fue el destino del mismo. El Abuelo Bernardo murió haciendo lo que a él le gustaba hacer y por lo que luchó durante toda su vida.

Como mencioné al inicio de este relato, Don Bernardo Martinez Martinez nunca volvió a su Piedralba natal, como así tampoco su padre y su madre, Don Fernando Luis Martinez y su Doña Dominga Martinez Martinez.

El Abuelo fue sepultado en el Cementerio de la Capital de Mendoza en el área que, hacia fines del Siglo XX, fue declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Provincia de Mendoza.